lunes, 7 de abril de 2008

Sobre Cocaganga

no habia nada para hacer en ese maldito pueblo.
un monton de casas huecas, cascaras vacias, todos los microbios danzando en la playa.

el estaba haro del calor. ese sol ardiendo habia terminado de quemar todo el romanticismo que antes lo iluminaba en naranja. el vaso frio que habia conseguido, luego de desparramar su dignidad ante una camarera que tambien parecia arruinada por el sol (no se encontraba una gota de caribe en sus ojos) era lo unico que lo refrescaba. tomaba un sorbo y rapidamente, (era una gran maniobra), aspiraba el humo del tabaco, que le llegaba fresco y fresado a los pulmones. asi, de a pequeños sorbos y pitadas llevaba ya casi una hora.
afuera un perro dormia, arrojado. juraba haberlo visto en la exacta posicion por la mañana, en el refugio de la sombra. maldito perro inteligente. quiso desnudarse y acostarse a su lado, en los frios azulejos rojos. no lo hizo, le pesaban las ropas.
dio una ultima pitada, larga, profunda, hasta que la ceniza quemo parte del filtro. barajo el humo en su boca, luego su garganta. raspo su interior con ese humo gris, ahora acaramelado, y apago el cigarro. fue algo violento. un fuerte empujon y lo hundio como una hoja. cuanto que se llevaba de el cada cigarrillo.
el vaso sudaba, todo sudaba en ese maldito pueblo. miro a una mosca que poso sus patas en la mesa, la siguio, todo su vuelo circular. la mosca navegaba en el humo que, como un pequeño volcan, arrojaba el cenicero. le dio un trago largo al vaso, hasta sentir el vidrio y su transparencia. habia hecho ya todo lo que un hombre aburrido podia hacer. se acerco a la camarera esterilizada y pregunto por el baño.
coloco la trabilla, un fuerte clack. chequeo dos veces la puerta y abrio su billetera en busca del polvo blanco, su cocaina.

ese momento intimo, su ritual blanco.

por eso adoraba los sanitarios, era la vibracion del blanco que lo obsesionaba.

se sacudio una linea, luego otra. la ceramica brillaba, reflejaba, como todos los blancos. sintio el polvo que lo estrellaba, que le revolvia el cerebro. permanecio unos segundos con los ojos cerrados y su rostro mirando al techo, al cielo.

el fin de su ritual blanco,
de nuevo al sol y a ese pueblo podrido.

b.

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