Constitución del Retiro: acerca de Shoah
La derrota del alud no interrumpe necesariamente su movimiento
Max Horkheimer y Theodor Adorno [1]
Marx dice que las revoluciones son la locomotora de la historia mundial. Pero tal vez se trata de algo por completo diferente. Tal vez, las revoluciones son el manotazo hacia el freno de emergencia que da el género humano que viaja en ese tren
Walter Benjamin[2]
En una época donde los chanchos vuelan, el mosquito es el culpable, el terror nos da su cara más bestial y pandémica. Él es la enfermedad que más rápido se produce y reproduce.
Hay una serie de imágenes que quedan grabadas en la cabeza de este hijo de inmigrantes europeos, ateo, pequeñoburgués y porteño en lo que nos muestra Shoah y la realidad que construye. A través de las imágenes, testimonios, la película de forma seca y casi sin sonido salvo el ambiente nos recrea personajes y vivencias propias de una época y una localidad específica. El recorrido de un tren que avanza hacia su destino, el tren está cargado de muerte, de asesinados y olvidados. Humo negro, quema de carbón, velocidad sostenida y regular, proceso, paradas estipuladas, estaciones de desembarco asignadas. Vagones cerrados, la única conexión con el exterior son pequeñas ventanas, rendijas, adentro losqueesperanmorir, las vacas al matadero, aislamiento[3]. Lo primero que viene a la cabeza son esos vagones, esos que los campesinos entrevistados conviven hoy en día. Museos vivientes del genocidio. ¿Cómo puede ser que perduren? ¿Cómo no se ha hecho ALGO con ellos? ¿Con qué vagones viviremos nosotros?
¿Adónde va ese tren que se mueve? ¿No se da cuenta que están todos muertos? ¿No se da cuenta que se mueve sin sentido? ¿Qué a los que transporta están muertos antes de subir? ¿Adónde carajo estás yendo?
El genocidio son esos trenes, los que avanzan inexorablemente, por vía única hacia su destino. El maquinista borracho con su soma –comúnmente llamado vodka- era provisto por los nazis como paga extra, pero nada hubiera sido posible sin él. Los maquinistas no hubieran podido resistir el olor, el olor y gritos de 20 vagones atestados de seres humanos, igual que él, potencialmente él pero no él. Idiotízame que la realidad que me rodea es insoportable, no lo puedo resistir, tampoco la voy a cambiar. Un tren, conducido por borrachos, 20 vagones, incontables almas destinadas a la muerte industrializada, vuelven para retornar en sentido único vacios de almas.
El viaje puede ser distinto, la alta burguesía, bien vestida y comida, bailaba en los vagones pulman. Se divertía pensando en un trabajo en la fábrica. Hacinados y rodeados de sus propios muertos en los vagones de ganado, el pueblo ya sufre desde un primer momento. Sepan o no su destino, este sigue siendo el mismo, la modernidad y su fatalidad no distinguen sexo, clase ni religión. El auto entra en New York por las vías. Al final, el campo.
El movimiento, el movimiento, el movimiento, “acciones de transferencia”. Nunca se para, nunca se llega, siempre en testimonios, siempre en el movimiento del tren, del auto o lo que sea. Asesinos, asesinados, genocidas, colaboracionistas, traidores, de un lado a otro. Avance, progreso, evolución.
El proceso industrial suele tener un producto, un resultado material sea bien, mercancía, servicio o lo que sea. Sin embargo, a primera vista, la lógica aplicada a los campos, las fábricas de la muerte, parece ser circular. Los trenes van cargados, vuelven vacios. Pero justamente ese es el producto, la nada. La no-existencia de otro llevada al paroxismo. El vacío. La limpieza no sería de su cuerpo-ser sino a su vez de su dejo material, de todo rastro y huellas que aquel otro haya podido dejar en este mundo. Cualquier rastro de identidad en un objeto, cualquier rastro de su subjetividad es quemada con él. Como caminar sobre la orilla del mar el nazismo montó una fábrica eficiente, pulcra y con una ganancia superlativa, la reconfiguración del territorio, el reodenamiento del mundo bajo disciplinas de poder. Casi toda Europa ocupada por las fuerzas destinadas a purgar de la escoria social que los atosigaba, ¿qué ha pasado después del nazismo en Francia? ¿y en Holanda? ¿y en Polonia? etc. etc.
A sus costados reina la negación y el olvido. Campesinos trabajando la tierra, otros trabajan los “judíos”. La cosificación del otro, del que viaja en tren, en este sentido es alucinante, el otro en este caso ya estaría dado por una reificación identitaria impuesta. Los católicos, prejuicio mío, polacos asignan por un criterio religioso la identidad del otro, del otro-masa. No se los define por su humanidad, como seres humanos, sino que se suprime sus particularidades –entre otras cosas- al asignarle el nombre de “judíos”. Hoy en día a sabiendas que los “judíos” no fueron el único grupo que sufrió el genocidio nazi, ¿a cuentas de qué viene la caracterización por el campesinado polaco? La creación del imaginario, de la virtualidad –por ejemplo de qué pensaban los “judíos” extranjeros y cuanto sabían o desconocían del destino que les aguardaba[4]- está teñida de resignificaciones, olvidos y negaciones. Los vagones cerrados no solo ocultan hacia los que están en su interior, sino a su vez al otro exterior, la exclusión y la generación de los imaginarios es el primer paso. La disputa política que se da en ellos muchas veces tiene la suerte contada.
Las secuelas del terror están vivas[5]. Sobibor no amanece viendo el campo de concentración, ya no está más, barrido por la negación, en su lugar se erige campos verdes, cultivos, bosque, vidas, los rieles sin embargo continúan, inmutables al paso del tiempo, la estación continua resistiendo verano e invierno, imperenne. Sin embargo, el olvido y la negación nunca es una totalidad cerrada, sino que un retorno que vuelve a perseguir a aquellos que lo practican, los “fantasmas pesan sobre el cerebro de los vivos”.
El rastro que se ve y escucha en los testimonios es el de los sentidos, el de la sensibilidad. El olor, los gritos, los alaridos, las imágenes de la “masa” de objetos, de la “masa” humana, del hambre, la sed, la desesperación, la inconmensurabilidad, del miedo, del terror. La pérdida de identidad es plena, sigue quedando en mi cabeza: “hace unas horas era familia, era amigos, ahora ya no soy nada”. La soledad es total. No debe haber nada peor en el mundo que ser un individuo pleno y cerrado, el yo con el yo universal.
El disciplinamiento sería entonces, para los sobrevivientes, para los genocidas, y para los “terceros inocentes”. El sobreviviente es aquel, por lo menos los testimonios prueban eso, que ha colaborado, que ha atizado el fuego, arrastrado cadáveres, de los que eran, eran, como él. La pérdida de sensibilidad sobre el bienestar del otro es sintomático de una sociedad que deja morir, de una sociedad que ha naturalizado el abandono y el despojo. ¿Alguien puede siquiera pensar en un mundo mejor?
Imagen de dos viejos bailando alegremente en la pista, los que pudieron ser, ¿qué hubiera pasado con aquellos que ya no? ¿Tiene sentido preguntárselo? Las luces encandilan, no quiero ver, prefiero negar.
Este párrafo es el último que escribo, ya no puedo más. Mi ensayo no tiene ningún tipo de consistencia teórica o política, es puro catarsis ante lo inconmensurable y lo atrofiante. Es la necesidad de extirpar la angustia que me lleva a escribir este trabajo, es la necesidad de buscar respuestas y certezas que no están, que no van a estar y que no creo que estén.
[1] Horkeimer, M. y Adorno, T., Dialéctica de la Ilustración, El Alud, Editorial Trotta, 2006, p. 264.
[2] Benjamin, W. Sobre el Concepto de Historia, Editorial Piedras de Papel, 2007, p. 49.
[3] “Podría surgir la sospecha de que nos comportamos con los otros hombres y con la criatura en general no de distinta forma a como lo hacemos con nosotros mismos una vez superada la operación: ciegos frente al dolor” Horkeimer, M. y Adorno, T., Dialéctica de la Ilustración, Le prix du progres , Editorial Trotta, 2006, pág. 275.
[4] Saber la propia muerte de uno, de los que quiere, que el tren se mueva y no se le ocurre nada por hacer, o mejor dicho, que nada se puede hacer. La sujeción es total, el encierro pesa sobre el colectivo. La desesperación y el terror.
[5] “(…) una desaparición que excede al exterminio producto de una guerra, porque no culmina sino que se inicia con la muertes que produce” Feierstein, D., El genocidio como práctica social, Editorial Fondo de Cultura Económica, 2007, p. 86.
k.
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