Esta historia paso el 9 de diciembre de 1967.
Alberto Greco entra en escena, vestido de almirante, embajador o niñera (nadie nunca lo sabrá), con un sombrero de plumas y un pato muerto bajo el brazo. En el local hay olor a champagne y ruido a monos hablando. De un bruto salto se para sobre una tarima, el ruido hace girar cuarenta miradas hacia el. Desde ahí arriba, envuelto en su vestido negro, envuelto en su barba negra, todo envuelto en sus ojos negros, Greco empieza a señalar con el brazo bien estirado, el señorcito estetictador del arte grita en voz alta: ese candelabro oxidado...mmmm... es arte! Luego señala un pequeñito perro de alguna ostentosa dama, y dice: el culo sucio de aquel perro, que composición fenomenal, que asco, que latencia, eso DEBE ser arte! Continua así por unos cinco minutos, señalando, descubriendo el arte, dando un show gratis ante el silencio tibetano de sus fortuitos espectadores, quienes aun no entienden la bendición de aquel dedo.
Al terminar su presentación, se dice que había gente llorando, otros vomitando, algunos llenos de miedo, otros mojados, revelados y entregados en orgasmos y placeres orgiásticos ante la potente belleza que los acababa de atravesar, pero es aquí donde el relato se confunde y se convierte en mito y manchones, lo que es seguro, corrió liquido esa noche por Buenos Aires. ¿Triste noche aquella?, en la que al llegar a su cuarto, ese con una cama desecha en el piso, una silla de mimbre y tablones de madera ( es que Alberto era Vincent, esto tampoco nunca nadie lo sabrá ), Alberto, señalo por ultima vez la belleza. Todavía se cuenta en Buenos Aires que escribió en una pared, Esta es mi mejor obra, y que se lo encontró con los brazos cruzados como un faraón. Al mover sus manos para estudiar el cadáver, su mano izquierda revelo una escritura que decía FIN, su derecha ya con una letra casi ilegible, producto de la desesperacion o del éxtasis por la muerte cercana, Alberto había escrito: el mundo es bello, es pura porquería.
b.