Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb
El control de cuerpos se perfecciona en donde el estado parece mostrarse más ausente. Los aeropuertos, y especialmente los momentos posteriores a migraciones me resultan un infierno en la tierra, cuando uno se encuentra a punto de cabalgar el aire, de acercarse a la divinidad celeste. El transcurso donde uno jurídicamente no se encuentra en ningún lado, en no man's land estatal.
La regulación de tiempos y espacios. Momento, cola para check-in, momento, cola, orden, turno para que tus posesiones transitorias determinen tu potencial amenaza: un terrorista -creador de terror suena muy bien-. Por suerte no hay scanners ideológicos todavía, o un multiple-choice para conocer tus posiciones políticas ante la yihad o la tomas de tierras. Orden, migraciones, puesto 14, nueva fila. Filas eternas de peques y burgueses esperando su turno al próximo destino de trabajo/placer (desconoce el que suscribe si un deportado hace esta misma fila). Pasamos al área de no estado, para estatal, regulado por vaya uno a saber qué leyes, qué regulaciones. ¿Esto debería asustarnos? ¿Qué pasa si uno entra a un área gobernada por un escuadrón de escopetas con personas?
Lugares de espera, todo es una espera ordenada, todos somos pacientes, ordenados. Poliglotismo estrecho, nada por fuera del inglés, francés, alemán y español, lenguas del bussiness. Se lee La Nación mientras olemos los perfumes de moda, nos vestimos igual, the american way of life para el refugio de exitosos ciudadanos transnacionales. Dos veces extra de puestos de control, estereotipado. Y vayan a saber si este orejón del tarro que suscribe, con sus cuestiones llamativas va a traficar. Si lo haría con sus canelones morochos en la cabeza, sabiendo lo que significa. Si no sería mejor contratar a un rubio, vestirlo de elegantes trajes y brillantes gadgets tecnológicos, sería fácil construir ese estereotipo de bussinessman para dedircarse al menudeo del tráfico, aquello que es transportable por una persona. Si es que para eso están estos nabos con derecho a portación de armas y anteojos negros, para el chiquitaje, para sentir su presencia perturbadora.
Puertas, puertas y puertas pero que no existen como posibilidades, tu billete atado a tu documento no es puerta de entrada a ellas, sino a una sola, tu mundo se reduce a esa posibilidad, a esa determinación que has pagado. Me cago en sus free shops, en sus templos de consumo superfluo, en sus marcas de chocolate, cigarrillos, whiskys, perfumes de aeropuerto, nadie sabe si son buenos, malos o qué, pero allí están y gozando status y frivolidad se venden en promociones suntuosas y tentadoras para los transeúntes. Un nuevo ingrediente a la olla de posmigraciones, con Visa y Master Card sos más feliz, panza llena y rico hedor. Una nueva fila espera, pero antes queda un rato y un pucho no está nada mal.
Lima es un aeropuerto donde los hijos de re puta te obligan a que consumas sus cafés, piscos, o la poronga que sea para fumar un pucho, espacio nieto de Fujimori e hijo de García. Desenvolver obligatoriamente unos cuantos dólares, convertibles rápidamente a soles, por el derecho a la permanencia para un mugriento y tóxicamente placentero cigarrillo. Donde un café por U$S 5 parecería ser la opción más barata. 'Bueno, traeme la carta' (armado y prendido rápido, primeras pitadas ansiosas) 'todavía estoy viendo, gracias' (pitadas más calmas y la nicotina fluyendo por mis venas, ahí viene el control-mozo pero ya termino) 'No gracias, no quiero nada, si ya se, me estoy retirando'.
Todo el aire es aséptico, ambientes escépticos a fumadores. Nueva paria social que aqueja con el cáncer en varios órganos propios y ajenos como también un listado de enfermedades horripilantes entre las que podemos nombrar: enfisema, disfunción eréctil, envejecimiento de piel, etc. etc. etc.. En aquellos que decidan matarse descargaremos nuestra ira y represión, aquí nadie debe morir, aquí la vida se corona hipócritamente en el templo de higiene y buenos modales. Mande a guardar a los cuartos vidriados, peceras con extractores de mierda que funcionan a media máquina, donde los 'sanos' te miran desde afuera mientras el dedo indice se mueve pendularmente y la mirada reprochadora impulsa sus valijas. No se puede elegir cómo llevar tu vida.
Los trabajadores de la aerolínea se acercan al mostrador y la muchedumbre se agita, los avispados ya levantan sus traseros y rápidamente se posicionan listos para el despegue, aún así tendrán que esperar en caso de que no sean golden pass. Para entrar al avión no importa que falte mucha gente más ansiosa que uno, los pretendientes del servicio abonado quieren abordar ya, quieren entrar, hacen nuevas filas sin necesidad. Entrar para estar horas mirando al frente, a las ventanitas de colores que proyectan imágenes y películas aburridas, nos descansan la cabeza un rato en esa lata de sardinas clasista, donde no te hablas con la persona a tu lado, nunca. Calentando sus motores, quemando combustible a rolete, el avión se acerca a la pista de salida.
Y la chatarra dobla en la pista. El primer llamado al Señor a la derecha alerta la hora decisiva, la señora a mi izquierda se persigna para luego hacerlo sobre su hijo. Nada los protege, nada se encuentra allí para resguardad sus cuerpos -sus almas en su creencia ya irá para arriba si llegara a pasar algo. Nos encontramos librados a estar en esta soldadura voladora, a miles de metros encima del suelo, suelo que no representa mayor seguridad, tierra olvidada, tierra perdida, sumida en el caos, en el descontrol y la contingencia de un mundo fuera de sí, en el que en 300 años el virus del ser humano se expandió geométricamente a todos los confines de su pequeño lugar en el universo arrasando con otras formas de vida y amenazando la suya propia. Pero no se preocupen, fumar está prohibido.
k.
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